LA necesidad de la eficiencia gubernamental
Por Mr. Alejandro
¿Y si Kafka hubiera nacido en México?
Si Franz Kafka viviera hoy en México, probablemente no habría escrito El Proceso… Le bastaría con pasar una mañana en el SAT o en el IMSS. Lo absurdo, lo kafkiano, ya no es ficción: es parte del día a día de millones de ciudadanos atrapados en una maraña de trámites inútiles, requisitos opacos y procesos diseñados para confundir más que para servir.
¿Qué es la burocracia (y por qué debería importarnos)?
La burocracia no es solo una consecuencia inevitable de la expansión del Estado. Es la encarnación más pura del goce perverso del poder: no busca la eficiencia, ni la justicia, ni el servicio público. Solo busca perpetuarse. Las reglas no existen para facilitar nada, sino para justificar la existencia misma de los burócratas. Se vuelve un sistema circular, cerrado sobre sí mismo.
Y aunque en teoría la burocracia nació para ordenar y agilizar la gestión pública, en la práctica se ha convertido en un aparato opaco, donde nadie asume responsabilidades, pero todos exigen cumplimiento. El ciudadano que necesita un documento oficial se ve atrapado en una telaraña de formularios, sellos, firmas y requisitos. Su tiempo y sus recursos se desangran frente a una estructura que no rinde cuentas.
Burocracia y corrupción: la alianza perfecta
Cuando los trámites se vuelven inabarcables, el ciudadano busca atajos. Y ahí aparece el segundo actor de esta historia: la corrupción. Gestores, intermediarios y funcionarios ven en la complejidad un negocio redondo. Sobornar se vuelve el único camino para lograr lo que debería ser un derecho básico. Así, la corrupción no solo sobrevive dentro de la burocracia: la hace “funcionar”.
Según el INEGI, 8 de cada 10 mexicanos considera que los trámites gubernamentales son excesivamente complicados. El 59% piensa que la corrupción está presente en cada uno de ellos. El Banco Mundial confirma esta relación: a mayor burocracia, mayor corrupción. El sistema no solo es ineficiente, también es injusto.
La dilución de la responsabilidad
Otro efecto devastador de esta estructura es la dilución de la responsabilidad. Cuando todo el aparato se esconde detrás de reglas impersonales, nadie es culpable. El ciudadano sufre, pero nadie da la cara. Por eso, mientras los políticos prometen modernización, la burocracia se reinventa. Cambia el nombre de los trámites, digitaliza formularios, pero jamás cede poder.
Y mientras esto ocurre, el costo es real. El Banco Mundial estima que la corrupción en México representa hasta el 9% del PIB. Esta cifra no solo revela un problema ético. Es un freno económico, un lastre que impide al país avanzar.
¿Qué hacer?
Reducir la corrupción no es suficiente. Necesitamos un Estado funcional, enfocado, eficaz. Un sistema que use los impuestos con precisión y criterio. La propuesta no es utópica: urge el desmantelamiento de esta estructura que se ha vuelto un obstáculo para gobernantes gobernados y para la misma vida pública. En Estados Unidos crearon el Departamento de Eficiencia Gubernamental, una entidad que urge, con la misión clara de desmontar la burocracia, identificar procesos inútiles y garantizar que cada trámite tenga un propósito claro, transparente y ciudiniciativa. La iniciativa, a pesar de ser americana, responde a una necesidad real, la necesidad de desmantelar un aparato burocrático que no solo mantiene a élites corruptas en el poder sino que se utiliza para extorsionar a ciudadanos e impide que estos puedan tener certidumbre sobre elementos esenciales para la vida pública y privada como la tenencia de vehículos, la propiedad o sus relaciones hacendarias.
En tiempos de hartazgo social y crisis económica, la eficiencia no es un lujo. Es una necesidad.