El enemigo silencioso

A lo largo de las últimas décadas, el globalismo se ha presentado al mundo como una vía indiscutible hacia el progreso económico, la modernización y el avance civilizacional. Se sostiene bajo la promesa de mercados abiertos, una circulación de bienes y capitales sin restricciones, gracias a una economía interconectada con todos los países, con la finalidad de avanzar colectivamente hacia el futuro económico.

Sin embargo, la realidad de este modelo dista mucho de los propósitos que el globalismo proclama. Este fenómeno ha traído consigo una serie de consecuencias negativas que, de manera sutil, han debilitado a las naciones, afectando directamente su soberanía económica y ampliando aún más las desigualdades.

El globalismo se define como una ideología que busca promover la máxima integración económica, cultural y política a nivel global, con la finalidad de minimizar las barreras entre naciones para facilitar la interconectividad del sistema. Su fundamento radica en la liberalización del comercio, la libre circulación de capitales y la homogeneización de regulaciones, bajo el argumento de eficiencia y competitividad.

Dicho sistema ha recibido impulso por parte de organismos supranacionales —entidades que no están regidas por ningún órgano político soberano— como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización Mundial de la Salud, entre otras. Estas instituciones fomentan políticas que abren las puertas al globalismo, debilitando gradualmente la identidad y autonomía de las naciones, afectando su cultura, su forma de vida y su desarrollo social.

Dicho lo anterior, ¿Es el globalismo realmente un modelo sostenible? ¿Quiénes se benefician y quiénes pierden en este sistema? Al cuestionarnos estas premisas, es natural que surjan inquietudes, pero primero es necesario analizar cada punto para comprender los peligros que el globalismo representa para cualquier nación que busque prosperar en todos los niveles.

Empecemos por explicar quiénes son los beneficiarios y quiénes los perjudicados bajo este sistema que busca controlar de manera indirecta la economía global. En primer lugar, los grandes beneficiarios son las corporaciones y élites económicas, que buscan maximizar sus ganancias sin importar el impacto que su modelo de negocios tenga en la sociedad. Las empresas que operan bajo este sistema trasladan su producción a regiones con menores costos laborales, reduciendo el costo de producción y salarios. Se podría argumentar que el propósito de cualquier empresa es generar ganancias, pero esto no debería justificarse a costa de imponer condiciones de explotación laboral.

Bajo este esquema, las empresas logran despojar a sus respectivos países de su capacidad productiva, lo que incrementa el desempleo y la dependencia del exterior. El globalismo, por diseño, favorece a las megacorporaciones y sus inversores, ya que les permite obtener márgenes de ganancia aún mayores o inclusive precios más bajos de los que pueden alcanzar los empresarios y productores nacionales que no tienen la capacidad de mandar sus plantas a otros países y que, por cierto, dan empleo a connacionales, mientras que la brecha entre clases sociales se expande rápidamente, erosionando la cohesión social y aumentando el descontento en los sectores más afectados. Esto concentra el poder en un grupo reducido de actores globales, quienes impulsan políticas desde esferas donde nadie los eligió democráticamente.

El dominio de las grandes corporaciones dentro de la economía global ha reducido la capacidad de las naciones para establecer vías autónomas de desarrollo en sectores estratégicos. Un claro ejemplo es la afectación a las cadenas de suministro: muchas industrias como los autos, la generación de energía fotovoltaica o los creadores de componentes electrónicos dependen de importaciones porque los bienes son producidos en el extranjero, lo que las vuelve vulnerables a interrupciones comerciales en escenarios de crisis.

Ante este contexto, es crucial que las naciones reconsideren su grado de apertura a las políticas globalistas, las cuales tienden a eliminar la producción nacional, precarizar el empleo y socavar la autonomía económica. A pesar de esto, existen estrategias que pueden adoptarse para contrarrestar los efectos negativos de este modelo.

Uno de los caminos para enfrentar al globalismo es la reactivación de inversiones en sectores estratégicos nacionales. Esto se puede lograr a través de incentivos fiscales y subsidios para fomentar la producción local y la generación de empleo, evitando la fuga de empresas hacia países con costos laborales más bajos.

Si estas medidas no se implementan, una nación se vuelve cada vez más dependiente de las importaciones en sectores clave, lo que compromete su estabilidad económica y su seguridad nacional. Para evitar esta dependencia, es necesario impulsar la producción local de alimentos y bienes esenciales, fomentando modelos de agricultura sostenible y promoviendo la creación de PYMES, que a su vez contribuyan al crecimiento del empleo y al fortalecimiento de la economía desde la base. Sólo este tipo de actores puede frenar al capitalismo que amenaza a la sociedad.

Mediante estas estrategias, es posible reformular la política comercial de un país con un enfoque en el interés nacional. Es ampliamente conocido que los tratados de libre comercio suelen favorecer a las grandes corporaciones, razón por la cual es fundamental priorizar acuerdos bilaterales más equitativos. En este sentido, el uso estratégico de aranceles puede ser una herramienta clave para proteger sectores fundamentales sin caer en un proteccionismo extremo que termine perjudicando la economía local.



Conclusión

El enemigo silencioso de todo ciudadano es la ideología del globalismo. Este modelo permite que figuras no electas dicten políticas que afectan directamente la soberanía de las naciones. Mientras los países se mantengan enfocados en impulsar la reindustrialización, regular el capital financiero, proteger el mercado laboral y diversificar su economía, podrán combatir y resistir los efectos destructivos del globalismo.

La clave para vencer este sistema no está en el aislamiento económico, sino en negociar desde una posición de fuerza, utilizando los recursos disponibles para garantizar el bienestar económico nacional y asegurar la estabilidad de la nación.

-Mr. Alejandro

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